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En la sala de psicomotricidad


Abriendo las puertas de la sala de psicomotricidad

 Después de medidas estrictas por la pandemia, después de superar miedos e inseguridades, ayer reanudamos plenamente nuestro caminar por la sala de psicomotricidad. Es verdad que nunca la habíamos dejado, sin embargo, ahora la hemos recobrado con fuerzas renovadas y en plenitud. Siempre me admira y me sorprende la entrada de los niños y las niñas en la sala: tiene como algo mágico. Quizás lo “mágico” sea la posibilidad del juego libre, de creer en el otro, de que puedan expresar su deseo, un espacio que les ayuda a ser ellos mismos, donde se sienten mirados por un adulto (psicomotricista) disponible y a la escucha. Después del tiempo vivido en pandemia, percibimos que los niños parecen tener nuestras inseguridades y miedos. Hay familias a las que les cuesta mucho separarse de sus hijos, mucho más que antes. Familias que les abrazan fuertemente, que nos expresan su terror a que enfermen. Niños y niñas de expresiones serias, pasivos, observándolo todo, desconfiados, con necesidad de objetos de apego que les ayude a vivir en la escuela…, pero también, niños y niñas que se despojan de chupetes y mantitas porque así lo desean, y se lanzan a jugar cuando se abre la puerta de la sala de psicomotricidad. En ese momento, parecen otros: saltan desde muy alto, giran sobre sí mismos, miran al adulto buscando y encontrando el reflejo de su mirada, y, sobre todo, sonríen y exploran esta nueva realidad.


Pilar Hernández Ramos

                                              (psicomotricista)



"La escuela infantil es aquel lugar privilegiado en el que las niñas y los niños, y sus familias, nos permiten acompañarlos en su desarrollo. Es ese lugar para crecer, para ser feliz, para cubrir necesidades relacionales, motrices, cognitivas, emocionales, es un lugar para la risa y para el llanto; un espacio para mirarse en el otro como modelo de construcción personal, para expresar, para dejarse ser cuidado y para explorar el mundo, desde la seguridad que les proporciona unos educadores de referencia, que trabajan en cada aula como pareja educativa.
La escuela infantil es el lugar en el que se interviene teniendo muy presenta las necesidades de los niños y de las niñas de 0 a 3 años, pero también sus derechos y el de sus familias. Es un lugar de escucha, de mirada permanente, de reflexión, de silencios, de acción desde el tiempo de cada uno y de cada una, de provocación, pero también de prevención y de compensación de desigualdades. Es un espacio inclusivo en el que todos y todas cuentan con un lugar vital en el que realizarse y disfrutar.
En definitiva, como dice Vicenç Arnaiz en su libro Infancias “si no tuviéramos escuelas infantiles, seríamos menos humanos porque las problemáticas de los más pequeños serían más invisibles y casi siempre llegaríamos demasiado tarde”.
A las escuelas infantiles acuden niños y niñas de familias en diferentes situaciones laborales, económicas, culturales, algunas vienen de otros países, en unas se dan situaciones de violencia, de abuso, de desigualdad, de depresión, en algunas los padres trabajan tanto y a horas tan extrañas que las niñas y los niños a penas los ven, en algunas familias se vive un estrés permanente, en otras se está más preocupado de las nuevas tecnologías que de escuchar a ese niño que llama nuestra atención, hay familias monomarentales, con padres o madres del mismo sexo, divorciados, separados, alejados por miles de kilómetros, en algunas aparecen otros cuidadores importantes como abuelas o tías, incluso hermanos mayores, aunque en el fondo no lo sean tanto… Todas ellas quieren a sus hijos e hijas, y estos han establecido un vínculo de apego singular con esos adultos de referencia que les ayuda a manejarse en lo cotidiano y breve de su existencia.  
En esta misma línea, podríamos preguntarnos cómo son estos niños y estas niñas, qué necesidades o qué características tienen. En la escuela nos encontramos con bebés ya sentados antes de haber adquirido las herramientas motrices para alcanzar este estado, niños que andan antes de estar preparados, niños inactivos, sin deseo motriz, y excesivamente activos, niños alegres y otros con una inexpresividad tal que llama nuestra atención, niños que disfrutan de la comida y otros a los que el momento de la alimentación se les hace cuesta arriba, niños que sueñan y niños que no duermen, niños que buscan continuamente un abrazo y otros que se alejan del adulto… niños y niñas que necesitan expresar con su cuerpo, con su movimiento, con miles de lenguajes aquello que les gusta y aquello que rechazan. Y qué mejor lugar, que no el único, para posibilitar esta expresión que la sala de psicomotricidad".
Pilar Hernández Ramos


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